20.5.19

La medianera - Microrrelato

Es domingo y María está en la terraza. Es un ambiente que no supera los cuatro metros cuadrados pero ella logra hacer de aquél su mundo. Árboles, potus, suculentas, cactus, verde y más verde llenan el espacio y logran convertirlo en un jardín urbano. Allí se relaja la más pequeña de la familia, de ojos redondos y de color sol - a veces son anaranjados, otras, más amarillos. Es una tarde de otoño, de esas que se debe aprovechar. Dentro de la casa hace frío, pero al sol parece primavera. No siempre sale María, pero cuando lo hace disfruta de su tarde absorbiendo vitamina D y observando el comportamiento de la naturaleza a su alrededor. Es tranquila y obediente, gordita y poco elástica, no se le dan muy bien los deportes. Pero este día sumó una cualidad más a su personalidad: la curiosidad. María quiere saber qué hay más allá de la medianera. Su hermano salta al otro lado desde hace dos años. Es un año más grande que ella y más rebelde. Era de esperarse que María quisiese probar un poco de adrenalina y seguir sus pasos. Despacio y atenta se va acercando a la pared. Audaz pero torpemente se trepa.

- ¡¡¡MARÍA!!! BAJATE DE AHÍ.

Ella no responde, tiene su mirada fija en el más allá de la terraza. El sol le pega de lleno y le resalta los colores de su pelo, cobrizo en general, con matices de rubio, negro y hasta de blanco. Su pelo de más de tres colores la identifican, la hacen ser Ella.

- Que te bajes, María. Vos no podés saltar, sos chiquita.

Suelta un grito de fastidio y baja. Vuelve a echarse entre las macetas, pero no está tranquila, quiere conocer más.
Pasan los minutos y vuelve a intentarlo. Esta vez intenta disimular y usa de excusa a una mosca que pasa por allí, la sigue hasta la medianera y salta.

- Otra vez, María, no puede ser, yo te dejo salir porque sé que no te escapás, pero no voy a poder dejarte más sola.

María se queja.

- No, María, te estás pareciendo a tu hermano que es un quilombero, vos sos buena, no podés irte. Además no tenés collar, te vas a perder.

La bajan de la medianera y la meten a la casa. Llora. O tal vez está diciendo otra cosa, pero no la entienden. No hablan el mismo idioma. Quizás ella quiere explicar que sabe cómo volver, que no es tonta. Pero lo único que se escucha es un “miau”.