Hoy nos volvemos a encontrar en el Alfil Rosso. Ya ni sé qué
me puede llegar a estar esperando allí dentro.
Información, guita, coimas, mentiras, política, juego, alcohol y tabaco.
Esta semana todas esas palabras me resonaron en la cabeza. Lucía Rosso me
ofreció guita, a cambio de que yo esté de su lado. Estar de su lado implica
ponerme en contra de la gallega y de Cambalache; ¿qué más da? Total Doña Clara
no volvió a llamar. Al cura le voy a
decir que del chofer no conseguí nada, él no va a hablar y el Padre Juan
tampoco es de mi incumbencia, digo, ya nada me estaría importando mucho. Lo que
quedó merodeando en mi cabeza es aquella secuencia en Cambalache, ¿qué habrá
pasado con aquella copera?, que de los pelos se la llevaron unos tipos… Como
dije, esta ciudad ya no promete nada.
Increíblemente apareció el chofer en la puerta de mi casa.
Esto se va a poner peor de lo que pensaba. ¡Los Rosso van a salir a matar,
viejo! El chofer me da pena, apenas agarre la guita de Doña Lucía me voy a
encargar de ponerle al mejor de mis hombres para su protección. Pobre tipo. Le
ofrecí que se fuera conmigo, a Suiza o Hawái, pero es un cagón, tiene miedo de
que nos sigan. Yo me voy a ir, él que haga lo que quiera. La protección la
tiene garantizada, claro, siempre y cuando salga vivo esta noche del Alfil
Rosso. Me volví a casa para agarrar mi calibre 22. En la tobillera cargo
también un arma de bolsillo, pequeña pero bastante letal. Esta noche va a estar
picante. Juan Domingo Hopólito me dijo que Lucía planea darle de baja a Diego,
su secretario. Que quede claro que yo no voy a ir de héroe. La gallega no
apareció, Cambalache ya está prendido fuego. Yo ya no me la juego más. Esta
noche me vendo al mejor postor.
Apenas llegué al Alfil me recibió, muy amablemente, debo
decir, Doña Lucía. Al parecer ella está 100% convencida de que soy yo quien
maneja el instituto para niños (al cual solo le puse una firma) y que a mis
hijos les quiero dar un futuro mejor. Lamentablemente se enteró del percance
que el instituto tuvo con el Padre Juan y uno de los niños (obviamente
facilitado por mí) Pero ella asegura dejar eso atrás y darme toda la plata que
quiera, siempre y cuando, les tenga lealtad, a la familia y a su misteriosa y
paranoica secta. Sí, pertenecen a los masones, pero aún más turbio y oscuro. Yo
le dije que sí a todo, como buen caballero. El único problema es que piensa
pagarme solo sí Rosso gana las elecciones. Esta noche debo asegurarme de eso.
Apenas cobre, me las pico. Espero que el chofer no diga nada, porque sino voy a
tener que ensuciarme las manos y empezar a descargar el cartucho. Lucía pareció
creerme, pero no sé hasta qué punto puedo yo creer en ella. Supongo que hasta
el mismo en el que ella confía en mí.
Salí de la horrorosa oficina de Lucía y me fui directo a la
barra. Una cerveza bien fría y un shot de Otard-Dupuy para arrancar la noche.
Entre el tumulto de gente y la nube gris de humaredas y alientos desesperados
por ganar, vi a Diego, y las palabras del chofer comenzaron a resonar en mi
cabeza. “La Doña va a matar a su secretario”. Me acerco a él, me levanta la
mirada, perseguido, asustado.
- ¿Qué haces campeón? ¿Todo en orden?
- Sí, sí – contestó desconcertado – Disculpe, ¿usted es?
Diego es un tipo fachero, seductor para muchas mujeres. Pero
es un completo farsante. Ya en la mirada se le dejan ver todos los negocios
fraudulentos y todas las empresas que hizo quebrar. Ahora se quiso meter con
los Rosso y fue una muy mala elección.
- Fijate que esta noche va a estar complicada, aunque el
temblor de tus manos y tu mirada paranoica me dicen que ya lo sabés. Rajá de
acá, amigo, vas a ser boleta.
Sin decir una palabra el pobre tipo salió corriendo. Para mí
de esta no safa.
Escuché unos ruidos extraños que venían cerca del baño y de
allí vi salir a una parejita. Casualmente, la actriz y el músico de Cambalache.
Le avisé a, mi ahora patrona, Lucía (todo sea por seguir ganando su confianza)
y fuimos a interrogarlos. En una habitación apartada, de paredes grises y
cortinas negras, sentamos a los intrusos, quienes parecían estar muy
sorprendidos y sumamente drogados. Les pregunté qué hacían ahí y por dónde se
habían metido. La actriz nos inventó el cuentito de que se había llevado al músico
al baño para jugar al amor. Obviamente, no les creímos. Lucía empezó a
apretarlos con que si no hablaban los hacía desaparecer y el músico, que no
coordinaba sus movimientos y el sudor frío se adueñaba poco a poco de su
cuerpo, comenzó a balbucear. Estaba muy nervioso, le sudaban las manos. Debo
admitir que Doña Rosso es aterradora. La actriz decidió contarnos lo sucedido.
Un tal Mario los había hecho entrar por un túnel hacia la bóveda. Desde el
edificio de al lado, este tipo tenía hecho un pasaje directo hacia toda la
guita del Alfil Rosso. Los dejamos ir. No eran más que unos desdichados con
ganas de meterse en donde no los invitan y seguir divirtiéndose. EL gran
problema es que la parejita sólo fue la distracción. Están afanando, justo
ahora, la bóveda. Lucía me pidió que me encargara del asunto. ¡La puta madre!
¿EN DONDE MIERDA ME METI?
Llamé a mis mejores hombres, otra vez, en el afán de quedar
bien con los Rosso. Este tal Mario parece ser un chorro pesado, y por el plan
de acción que llevó a cabo no parece ser un tipo cualquiera. Le pedí armas a
Lucía, ella está bien equipada. Que empiece el juego.
Intentamos llamar la menor atención posible. Esta noche es
crucial para la definición de las elecciones. Gómez, Cáseres, Ringo y yo
entramos por la puerta trasera, bajamos al depósito y esperamos a la cuenta de
tres para bajar de una patada la puerta de la bóveda. Este lugar parece un
búnker, estoy seguro de que arriba la gente no debe ni enterarse de esto. Solo
espero que Mario y sus amigos no hayan traído bombas. Oh, demonios, ¿y qué si
las trajeron? MIERDA.
Cáseres y yo tiramos la puerta abajo, Ringo y Gómez
corrieron hacia los dos tipos que tenían más cerca. Ellos eran 5. La caja
fuerte ya tenía un agujero y un tipo encapuchado estaba guardando toda la guita
en un saco. - ¡QUE NADIE SE MUEVA O LES VOLAMOS LA CABEZA! – Al instante, el
encapuchado se dio vuelta y con la sutileza de una mujer, se dejó ver el
rostro, bajando la bandana que tenía puesta. ¡Era el maldito socialista! -
¡DEJÁ EL ARMA EN EL SUELO! – Le gritó Ringo. Y como si no se sintiera
amenazado, él sólo bajó el arma, pero antes de hacerlo, miró a sus muchachos,
tirándoles un guiño de combate. Y en ese preciso momento, se fue todo al
carajo.
Gómez luchaba con dos que equivalían la masa muscular de mi
muchacho. Se las bancaba todas, ya le había desfigurado la cara a uno. Ringo
era más menudito, pero fibroso y huesudo, una piña de él te hundiría los
pómulos sin el mayor esfuerzo. Él luchaba contra el más gordo de todos, era
como un toro enfurecido, pero no tan ágil, así que Gómez tenía ventaja. Cáseres
ya había empezado a los tiros, no lo culpo, el ambiente estaba tenso. A mí se
me tiró encima el socialista.
– Ramirez querido, tanto tiempo sin vernos. ¿Qué te trae al
Alfil? No me digas que ahora estas de su lado. No, no me lo digas, ¡¡¡porque me
vas a hacer enojar!!!
– Enojate tranquilo, hombre, de acá no salís vivo. Ya te
dejé escapar una vez, olvídate que esta te me vayas de las manos.
- Entonces juguemos, Wally.
El socialista era un puto maníaco, y sabía cómo hacerme
enojar… Lo perseguí durante años, gracias a él mi vida se fue a la mierda.
Estaba a punto de atraparlo y mandarlo a cadena perpetua por homicidio,
secuestro y tráfico de drogas. Lo perseguí hasta la frontera y se quedó en
Chile. No volví a saber de él hasta hoy. Sabe cuál es mi punto débil. Sabe mi
nombre de pila. Y eso me hizo enojar.
- ¿Qué pasa, Walter? ¿Te quedaste mudito?
Lo agarré por la espalda y lo tiré al piso. Ejerciendo todo
mi peso sobre él lo acorralé y lo empecé a trompear. El socialista era
inteligente, pero no sabía luchar. Mis hombres y yo estábamos ganando por
goleada. Pero mi mayor temor se hizo realidad.
El socialista sacó de su bolsillo una granada. Le sacó el
gancho de seguridad y la dejó rodar por el suelo. Su sonrisa macabra le
adornaba el rostro desfigurado y su mirada estaba completamente perdida. Era un
demente.
- Boom, Wally, boom.
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